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Papitis

Mi hijo pequeño siente adoración por su padre. Siempre ha tenido una clara debilidad por él, pero últimamente sufre una absoluta fascinación por su papá. Claro que a mí me tocó con el mayor, que se dio la situación inversa: la mamitis. ¿Es normal ese tipo de favoritismos en los niños? ¿Cómo actuar en estos casos?

 
Mi hijo pequeño se relaciona con todo el mundo con normalidad. Conmigo es cariñoso, alegre y hacemos un montón de actividades juntos. Es normal, puesto que pasamos todo el día juntos: soy la que le viste, le alimenta, le baña, le cuenta cuentos y la cura los golpes con besos. Soy la que juega con él a las construcciones, al escondite, a los coches y a las cocinitas, la que ve con él los dibujos animados, le lleva al parque y de paseo, la que le acompaña a todas las revisiones médicas, le canta canciones e inventa bailes divertidos. Mi marido también hace con él muchas de esas cosas (y otras distintas), por supuesto, pero en menos tiempo, porque pasa con él menos horas al día. Sin embargo, es aparecer su padre por la puerta y todo lo demás desaparece del mundo. Sólo existe él. El pequeño sólo quiere que le atienda su papá, que juegue con él y que le tenga en brazos el mayor tiempo posible. Le persigue a todas partes agarrado a sus piernas, le llama todo el rato, se angustia cuando sale de la habitación y cuando ve que se va a la calle (porque se va a trabajar, a comprar o a sacar la basura), rompe a llorar desconsolado. Vamos, que tiene una papitis de manual.
 
 
 
Con mi hijo mayor, sucedió al revés. Que no se me despegaba ni para ir al baño y mucha gente me decía que no era normal el apego que tenía. Por suerte, he conocido a otras muchas mamás con niños que sufrían de "mamitis" y "papitis", he investigado un poco y puedo decir algo para que no os sintáis mal: sí, es normal y además puede darse en distintos momentos de la infancia. Es normal que los niños en torno al año, rechacen a otras personas (sobre todo a los desconocidos, pero también puede ser a personas cercanas) y se refugien en sus padres. Puede que antes el pequeño se dejara coger por cualquiera, pero de pronto desarrolla una especie de rechazo por todo aquel que no sean sus papás. Suele producirse por la angustia de la separación, ya que todavía no ha aprendido que las pérdidas no tienen que ser permanentes, que si papá se va al trabajo, luego va a volver, y que si esa amiga de mamá te coge en brazos, mami no va a marcharse y dejarte con ella para siempre.
 
Por otra parte, también es normal que los niños en torno a los 2 años atraviesen este tipo de fases e incluso que empiecen con mamitis y luego ésta derive en papitis. No pasa nada. Es fruto de sus inseguridades por ir creciendo e ir ganando autonomía (eso les proporciona muchas alegrías, pero también muchos miedos) y también puede estar ligada a algún tipo de cambio (como el nacimiento de un nuevo hermanito o el ingreso en la guardería), entre otras causas.
 
También es natural si se da en niños más mayores (entre los 4 y 5 años), pero este tipo de apego a los padres parece responder, según los psicólogos, a otro tipo de razones, relacionadas con el desarrollo emocional y sexual, pero no me voy a meter en ese berenjenal, que en casa aún no hemos llegado ahí, a esa especie de "enamoramiento" que suelen sentir los niños por uno de sus progenitores. Estamos de momento con las "mamitis" y "papitis" que se da entre 1-3 años.
 

¿Cómo afrontamos la papitis de nuestro hijo?

 
En primer lugar, debería explicar como vive mi marido esta situación. Por un lado, le provoca mucha ternura, pero, por otra, también le agobia, porque el peque no le deja ni respirar. Yo ya estaba acostumbrada con el mayor, que no me dejaba sola ni para ir al baño (seguro que os suena a más de una, ¿verdad?), y él siempre me decía que era normal y que tampoco era para tanto. Claro, no era para tanto hasta que le ha tocado a él y no le deja ni darse una ducha rápida. Arrieritos somos... (jeje ¡qué malvada!). Así que la primera clave para afrontar la papitis (o la mamitis) es armarse de paciencia. El progenitor idolatrado deberá respirar hondo, disfrutar de los buenos momentos que le proporciona la papitis (los juegos, los mimos, las risas) y sobrellevar lo mejor posible la parte negativa (los llantos desconsolados, las rabietas, la persecución sin límites). Es una fase pasajera, así que poco a poco la situación se irá normalizando.
 
Por otro lado, el otro progenitor (en este caso, yo) debe evitar sentirse rechazado. Reconozco que a veces me da pena. Después de haberme pasado todo el día con él, no quiere saber nada de mí. Se cae y busca el consuelo de su papá. Quiere mimos, y se refugia en los brazos de papi. Dejo de existir. Sin embargo, soy consciente que mi hijo me quiere muchísimo, pero ahora mismo está en una fase en que necesita a su padre. Es algo instintivo en él, no pretende hacerme daño. Así que, madres que estéis en esta situación (o padres que conviven con la mamitis), no os sintáis rechazadas. Nuestros niños nos siguen queriendo y necesitando igual, pero ahora mismo necesitan más la atención de su padre. Como decía antes, es pasajero, así que lo mejor de todo es ser comprensivas e invitar al resto de nuestro entorno (abuelos, tíos, etc., que también se pueden sentir rechazados cuando llegan de visita y el peque no quiere saber nada de ellos y se refugia en papá) a entender que el niño sólo atraviesa una fase natural en su evolución. Los niños de estas edades todavía no han desarrollado la empatía, así que son incapaces de ponerse en lugar del otro y entender que su rechazo puede herir. Por suerte, nosotros, los adultos, tenemos ese sentido asumido y podemos ponernos en su lugar.
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Con el niño procuramos actuar con naturalidad, tratando de compaginar todas las circunstancias. Es decir, que reciba la atención necesaria de su padre, pero sin que yo deje de hacer cosas con él tan sólo porque su padre está presente. Por ejemplo, si se cae y busca el consuelo de su padre, no voy corriendo detrás para consolarle yo. Dejo que sea mi marido quien actúe. Pero desde siempre yo me he encargado del baño y poner el pijama al pequeño (mientras mi marido se ocupa del mayor, que también tiene derecho a su dosis de papi) y así seguimos haciéndolo. Es decir, aplicar un poco de sentido común: repartir las tareas, los juegos, las actividades y las responsabilidades (nada de que un progenitor sea el divertido y el otro un ogro que pone límites), nada de tratar de "despegar" al niño a la fuerza, pero favorecer la autonomía e independencia del peque y, sobre todo, darle mucho cariño y confianza para que sus inseguridades vayan diluyéndose.
 
Así intentamos afrontar nosotros la papitis del pequeño. ¿Cómo lo habéis hecho vosotros? ¿Y la mamitis?