Hoy tenía pensado escribir sobre la novela de Jane Austen que me he leído este fin de semana, pero lo dejaré para otro día, porque al encender el ordenador, me he encontrado que el blog Y, además, mamá ha publicado un precioso post sobre el Día de los Bebés Prematuros. No tenía ni idea que la OMS y otros organismos internacionales habían instaurado que hoy, 17 de noviembre, recordásemos a esos peques que, por una razón u otra, llegan antes de tiempo. Teniendo en cuenta lo que hemos pasado este año, he aparcado a Jane Austen para sumarme a esta campaña.
Mi hijo pequeño nació de 30+5, que en el lenguaje de los partos significa que tenía 30 semanas y 5 días. He hablado de ello en ocasiones, aunque nunca con gran profundidad, porque ha sido una de las experiencias más duras de mi vida. Tanto el parto traumático por cesárea de urgencia, como los diez primeros días en los que se debatió entre la vida y la muerte, mientras sus pulmones se negaban a respirar solitos y se paraban de golpe dándonos unos sustos horrorosos, así como el resto del mes y medio que vivimos en Neonatos, con el mayor pasando de abuela en abuela, triste y aturdido.
Aún ahora sueño con aquellas semanas, con aquellos instantes en los que el mundo parecía detenerse porque mi hijo dejaba de respirar y una turba de médicos y enfermeras le rodeaban tratando de que no se fuera definitivamente. Hace una semana le dije a mi marido que aún soñaba con lo que pasó y él me reconoció que también, que se despertaba de golpe, asustado, pensando en aquellas máquinas y tubos que de tanto mirar nos sabíamos de memoria. Creí que cuando lo tuviéramos en casa, sano y salvo, se acabarían las pesadillas. Ahora me pregunto si alguna vez superaremos lo que nos pasó.
Por eso hoy quiero dedicar este post a todos esos niños que, como el mío, llegan antes de tiempo. Niños fuertes y luchadores. También para dar ánimos y consuelo a los padres que ahora mismo están delante de una incubadora, muertos de miedo y sacando fuerza hasta de su sombra. Y también para dar las gracias a todos los médicos, enfermeras y auxiliares que pelean en las UCIN y trabajan infatigables para que esos bebés salgan adelante.
Mi hijo pequeño nació de 30+5, que en el lenguaje de los partos significa que tenía 30 semanas y 5 días. He hablado de ello en ocasiones, aunque nunca con gran profundidad, porque ha sido una de las experiencias más duras de mi vida. Tanto el parto traumático por cesárea de urgencia, como los diez primeros días en los que se debatió entre la vida y la muerte, mientras sus pulmones se negaban a respirar solitos y se paraban de golpe dándonos unos sustos horrorosos, así como el resto del mes y medio que vivimos en Neonatos, con el mayor pasando de abuela en abuela, triste y aturdido.
Aún ahora sueño con aquellas semanas, con aquellos instantes en los que el mundo parecía detenerse porque mi hijo dejaba de respirar y una turba de médicos y enfermeras le rodeaban tratando de que no se fuera definitivamente. Hace una semana le dije a mi marido que aún soñaba con lo que pasó y él me reconoció que también, que se despertaba de golpe, asustado, pensando en aquellas máquinas y tubos que de tanto mirar nos sabíamos de memoria. Creí que cuando lo tuviéramos en casa, sano y salvo, se acabarían las pesadillas. Ahora me pregunto si alguna vez superaremos lo que nos pasó.
Por eso hoy quiero dedicar este post a todos esos niños que, como el mío, llegan antes de tiempo. Niños fuertes y luchadores. También para dar ánimos y consuelo a los padres que ahora mismo están delante de una incubadora, muertos de miedo y sacando fuerza hasta de su sombra. Y también para dar las gracias a todos los médicos, enfermeras y auxiliares que pelean en las UCIN y trabajan infatigables para que esos bebés salgan adelante.