Yo no sé si es que me organizo fatal o en todas las casas
pasará lo mismo. Pero el principio del día es un caos absoluto. Desde que me
levanto hasta que salgo de casa en dirección al colegio son casi dos horas de
locura.
Cuando suena el despertador, nos levantamos de puntillas. No
es una exageración. Literalmente de puntillas. Porque el mayor se despierta con
el sonido más leve. Así que, aunque parezca ridículo, nos duchamos y preparamos
el desayuno lo más sigilosos que podemos. Pero da igual, porque un chasquido de
la madera o el sonido de una cucharilla al rozar la taza o similar le
despiertan siempre antes de tiempo. Y ya estamos liados. Así que, en contra de
todas nuestras creencias pedagógicas, le ponemos los dibujos animados. Fatal.
Un suspenso, ya me sé la teoría. No se usa la tele para distraer a los niños,
la tele no es una niñera, bla, bla, bla. Teniendo en cuenta que mi hijo mayor
se levanta cada día de su vida con el pie izquierdo y que aún no está
socialmente aceptado salir a la calle en pijama, pues ahí van una tanda de
episodios de Caillou, Peppa Pig, Pocoyó o lo que sea, con tal de poder vestirnos.
También el bebé se despierta y entonces mi marido sale
disparado por la puerta y ya estoy yo sola con los dos enanos reclamando al
mismo tiempo el desayuno. El mayor se me escapa en calzoncillos, riéndose y
dice que no quiere ir al cole, que quiere jugar con los coches. En ese momento
el bebé se pone a llorar porque toca cambio de pañal. O el mayor, ya sin el
pañal de la noche, se niega a usar el orinal y se empapa el uniforme y deja un
charco en el suelo del salón. Otras veces usa el orinal, pero se niega a
lavarse los dientes. Pega al bebé. Esconde
la mochila. Esconde mis llaves. Dice que quiere ir al cole. Dice que no
quiere ir. Enciende y apaga las luces de toda la casa. Enciende y apaga el
reproductor de DVD porque quiere escuchar música (y da igual que le diga que no
vale para eso). Unas veces se toma el desayuno en dos minutos, otras veces
tarda media hora. Un par de veces se toma sólo unas cucharadas de cereales y se
niega a comer más. Cuando ya estamos listos, el bebé se hace caca, se le sale
del pañal y se mancha la ropa. Mientras le cambio, el mayor se hace pis.
Por fin el mayor está en el carrito, el bebé en la mochila y
lo llevamos todo: la cartera, el babi, la caja del otoño... En la calle llueve. El mayor intenta arrancar el plástico de
la lluvia del carrito y yo hago malabarismos para llevar el carrito con una
sola mano mientras con la otra sujeto el paraguas que nos tapa al bebé y a mí
(sobre todo al bebé).
A las 9 de la mañana dejo al mayor en el colegio. Estoy
agotada. Creo recordar que en otra vida charlaba en el desayuno con mi marido y
tenía tiempo para ponerme la mascarilla en el pelo. Pero, como digo, eso fue en
otra vida.