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Rebeldías infantiles

Mi hijo mayor, de 4 años, está im-po-si-ble. Ignora todo lo que le pedimos, se enfada por cualquier cosa, se muestra exigente, protesta por todo, no escucha lo que le decimos... ¡Estamos que nos subimos por las paredes! Hablando con otras mamás del cole, me han comentado que sus hijos están exactamente igual. ¿Será una fase? ¿Nos han salido rebeldes sin causa? ¿Se contagian unos a otros? Muchas dudas y poca idea de cómo afrontarlo.

 
Se habla siempre de "los terribles 2 años" como si fueran el fin del mundo porque los niños, que aún no saben gestionar sus emociones, entran en la etapa de las rabietas. Superada esa fase, ¿creíamos que todo sería un camino de rosas hasta la temida adolescencia? Nada de eso. Es bastante habitual que los niños de entre 3 y 4 años atraviesen una época rebelde. Dicen los expertos que a medida que los niños van creciendo y ganando en autonomía e independencia, también va aumentando su sentido de la identidad, por lo que necesitan reafirmarse, explorar los límites, aprender la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto y, sobre todo, aún están aprendiendo a gestionar sus emociones. Total, que es una fase normal y hasta saludable para su desarrollo.
 
Ahora nos toca actuar a los padres, porque, por muy saludable que sea para ellos, la forma en que los adultos afrontemos esta fase determinará el desarrollo de nuestro hijo. ¿Qué podemos hacer los padres?

Foto: Ben Kerckx
 
 

¿Qué podemos hacer los padres para afrontar esta fase?

 
Estas son algunas cosas que podemos hacer los padres ante la desobediencia de nuestros hijos a estas edades:
 
* No perder los nervios ante los desafíos de tu hijo: esta es, para mí, el punto más complicado y por eso lo pongo en primer lugar (y porque es el que más tengo que trabajar). Es difícil controlar el enfado y la impaciencia que nos embargan cuando nuestros hijos se ponen rebeldes, pero debemos recordar que nosotros somos los adultos y ellos siempre están aprendiendo de nosotros, incluso de la forma en qué reaccionamos a sus actitudes desafiantes.
 
* Comprensión: nuestros hijos reaccionan de esa manera porque aún no tienen las herramientas necesarias para hacerlo de otra forma. A veces quieren probar los límites, pero otras veces se sienten muy frustrados. ¿Cómo que hay que abandonar el juego en la mejor parte porque hay que cenar? ¿Por qué tengo que apagar la tele si estoy tan a gustito en el sofá viendo mis dibujos preferidos? Ponernos en su lugar, nos ayudará a comprenderles mejor y, por lo tanto, a tratarles.
 
* Establecer límites: una cosa no quita la otra. Ser comprensivo no significa ser permisivo. Los niños necesitan límites y éstos deben venir del adulto. Debemos ser claros en la explicación de esos límites y las normas deben estar acordes a la edad y al desarrollo del niño. Además, debemos ser coherentes en su aplicación y, sobre todo, los progenitores deben apoyarse en el establecimiento de las reglas y en su cumplimiento.
 
* Ejercitar la paciencia: cumplir de forma sistemática con todas sus peticiones en el acto, sólo les enseña a que sus deseos y necesidades deben ser atendidos de manera inmediata. Deberás discernir, claro, en qué situaciones puedes hacerle esperar un poco y en cuales no. Si te pide un vaso de agua cuando estás tendiendo, no pasará nada porque termines de colgar esas dos toallas antes de atenderle (eso sí, explícaselo para que lo entienda). De estar forma irá aprendiendo a esperar sin enfadarse y entenderá que no todo gira siempre a su alrededor.
 
* Rutinas: los niños necesitan rutinas para sentirse seguros. Las rutinas les ayudan a regular sus ritmos vitales y les enseña a seguir pautas. Por eso es necesario mantener un horario y llevar a cabo determinadas acciones a modo de ritual. Una vida caótica, en la que cada día se cena a una hora, el niño se acuesta tarde o se le permite no recoger los juguetes la mitad de los días, sólo genera en el niño inseguridad, desconcierto y desequilibrio. Además, es una buena forma de aplicar límites. Si el cuento de la noche se lee después de lavarse los dientes, si no se los lava, no hay cuento (y hay que cumplirlo, aunque nos dé mucha pena).
 
* Flexibilidad: establecer rutinas no significa llevar una vida rígida en la que no se pueda dar cabida a la espontaneidad y la improvisación. El que una noche especial se acuesten más tarde, que en verano cambien las rutinas o que el día que comemos en casa de los abuelos, nos sentemos a la mesa a una hora distinta,  no les va a generar inseguridad, sino que les va a enseñar a adaptarse.
 
* Escoge tus batallas: no se puede estar peleando todo el día por todo. Así que a veces es mejor ceder en cosas menos importantes, pero mantenerse firmes en las que importan.

 
* Reforzar el buen comportamiento: no soy amiga de los premios y regalos, pero sí del refuerzo positivo: agradecer su ayuda, mostrar satisfacción, tener gestos de afecto...
 
Estas son algunas cosas que podemos hacer los padres en esta fase. ¿Se os ocurren otras ideas para ayudarles en esta etapa?
 
 P.D.: ¿Os he comentado que el pequeño, con sus 2 años, está en plena fase de las rabietas? Como podéis ver, mi casa, ahora mismo, es una juerga.
 
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