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Adiós al biberón


Cada niño es diferente y tiene su propio ritmo. Es una frase que he leído y oído cientos de veces, pero que ahora mismo estoy experimentando en mi casa. Mi marido y yo somos los mismos, pero la crianza de nuestros hijos está teniendo bastantes diferencias. Ya su llegada al mundo fue distinta: mi hijo mayor nació a término de parto natural, mientras que el pequeño fue prematuro y tuvieron que hacerme una cesárea de urgencia. Eso lo ha marcado todo. Al mayor nada más nacer le cogí en brazos y empezó a mamar de inmediato y aquella misma noche durmió conmigo en la cama del hospital. Al pequeño tardé 36 horas en verle, diez días en poder cogerle en brazos, un mes en colocármelo al pecho y un mes y medio en dormir con él por primera vez. Todo diferente.
Las prioridades también cambiaron. Con el mayor me preocupaba lo que a la mayoría de las madres: la lactancia, los pañales, la ropa, cómo cogerle, cómo dormir, por qué llora, los gases, la higiene, le abrigo más, le quito la chaqueta, le corto o no el pelo y las uñas… Vamos, todo el sinfín de dudas de las madres primerizas. Con el pequeño sólo quería que pudiera a respirar él solo, sin máquina. Todo lo demás daba igual.

Cuando el bebé llegó a casa (pequeño, pero increíblemente sano y sin secuelas) tampoco fue lo mismo. Lo que importaba era que cogiera peso y fuerza. Con el mayor jamás usé biberón ni chupete. No me gustan. El pequeño usa ambos. El biberón comenzó a utilizarlo en el hospital, cuando le quitaron la sonda con la que le introducían la leche materna (de eso estoy muy orgullosa, fue un gran esfuerzo, pero jamás necesitó artificial) y empezaron a darle biberones cuando yo no podía estar en el hospital (siempre de leche materna, que les dejaba yo en botecitos) y cuando llegamos a casa, como era tan chiquitito y al mamar se agotaba en seguida, tenía que ofrecerle biberones de mi leche de refuerzo, porque le suponía menos esfuerzo. A medida que fue ganando peso y fuerza fuimos suprimiendo esos biberones, pero llegaron los de cereales (ya hablé de ello en otro post).
Esta semana ha cumplido seis meses. Está sano y sin secuelas. Aún vamos a rehabilitación todas las semanas, pero para trabajar, igual que la mayoría de los prematuros, el desarrollo muscular y cognitivo. La base de su alimentación es la leche materna, pero ya hemos empezado con la alimentación complementaria. Ha sido comenzar con los purés y el enano ha dicho que estupendo, qué ricas las zanahorias, las patatas  y el calabacín y el plátano y el pollo y la carne, pero que el biberón se acabó. No lo quiere de ninguna de las maneras, por lo que los cereales se los estoy dando también en formato papilla, que le gusta mil veces más.

Así que mi bebé es cada vez menos bebé. Por una parte me da pena (son tan ricos tan chiquitines, tan tiernos y huelen tan bien…), pero por otra me da una alegría enorme verle pasar etapas, verle tan gordito, tan espabilado y tomando sus propias decisiones. No, no os riais. Lo he dicho bien: tomando sus propias decisiones. ¿O acaso no es una decisión importante dejar atrás el biberón?

¡Feliz medio año, chiquitín!