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Días difíciles

Unos días espantosos. El mayor nos ha traído un virus potente del cole, que nos ha tumbado a todos menos, afortunadamente, al bebé. Fiebre, mocos, toses, dolor de cabeza, de garganta, de cuerpo... Y cansancio, mucho cansancio... Lo tenemos todo. Yo no puedo hablar prácticamente, lo que dificulta la tarea enormemente. Estamos todos nerviosos y de mal humor. Y el mayor, superado su día de fiebre, que le dejó hecho un saquito, está inaguantable. Qué feo es decir eso de un hijo, lo sé. Pero no hay quien le soporte. Rabietas por todo: por comer, por no comer, por bañarse, por ponerse una chaqueta, el pijama, los calzoncillos, las deportivas, rabietas por la medicina, por ir a dormir, por la siesta, por la tele, por el puzzle, por los coches, por los sonajeros del bebé, por los libros de mamá, por la corbata de papá... En todo momento un llanto que no cesa, a gritos, y con pataleta. Y te dices es un niño, todavía está malito, está cansado, eres la adulta... Te lo repites una y otra vez. Pero me duele tanto la cabeza y el bebé tiene hambre en el mismo instante en que el mayor se ha hecho pis en el suelo del pasillo, después de llevar cuarto de hora intentando convencerle de que se siente en el orinal. Y mi marido está de mal humor, lo que no ayuda mucho. Y la casa hecha un asco, con kleenex usados por todas partes, montones de ropa para planchar, juguetes esparcidos por los suelos, camas desechas (lo demás vale, pero no he dejado una cama sin hacer en mi vida). En días como estos la maternidad se hace muy difícil. Nada de esas escenas de color de rosa que nos venden. Quiero gritar, pero mi garganta no me deja. Mi marido se ha llevado un rato al mayor a la calle. El bebé se ha dormido. He puesto una lavadora con toda la ropa empapada de pis del fin de semana. Es la primera hora de paz que tengo en tres días. Desde que soy madre de dos niños he aprendido a valorar de verdad el silencio. Espero que aún tarden un rato en volver.